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Hechos de los Apóstoles




Capítulo

Malta y Roma

1 Ya a salvo, pudimos identificar la isla de Malta.
2 Los nativos nos trataron con desacostumbrada amabilidad. Como llovía y hacía frío, encendieron una hoguera y nos acogieron.
3 Mientras Pablo recogía un haz de leña y la arrimaba al fuego, una víbora, ahuyentada por el calor, se sujetó a la mano de Pablo.
4 Cuando los nativos vieron el animal colgado de su mano, comentaban:
—Mal asesino tiene que ser este hombre, que se ha salvado del mar y la justicia divina no lo deja vivir.
5 Pero él sacudió el animal en el fuego y no sufrió daño alguno.
6 Ellos esperaban que se hinchase o cayese muerto de repente. Tras mucho esperar, y viendo que no le sucedía nada de particular, cambiaron de opinión y decían que era un dios.
7 En aquella región tenía una finca el gobernador de la isla, llamado Publio. Nos hospedó amablemente tres días.
8 El padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo se acercó a él, oró, le impuso las manos y lo sanó.
9 Como consecuencia del suceso, los demás enfermos de la isla acudían y se sanaban.
10 Nos colmaron de honores y, cuando partimos, nos proveyeron de lo necesario.
11 Al cabo de tres meses zarpamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla y estaba dedicada a los Dióscuros.
12 Arribamos a Siracusa, donde nos detuvimos tres días.
13 Desde allí, dando una vuelta, alcanzamos Regio. Al cabo de un día se levantó un viento sur, y en dos días llegamos a Pozzuoli.
14 Encontramos unos hermanos que nos invitaron a quedarnos con ellos una semana. Así llegamos a Roma.
15 Los hermanos de allí, al oír noticias nuestras, salieron a recibirnos al Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo al verlos dio gracias a Dios y cobró ánimo.
16 Llegados a Roma permitieron a Pablo alojarse por su cuenta con el soldado de guardia.
17 Pasados tres días convocó a los judíos principales y, cuando se reunieron, les habló:
—Hermanos, aunque no hice nada contra el pueblo o las costumbres paternas, los de Jerusalén me entregaron preso a los romanos.
18 Éstos me examinaron y, al no hallar en mí ningún delito capital, decidieron dejarme libre.
19 Se opusieron los judíos y yo me vi obligado a apelar al emperador, sin intención de acusar a mi nación.
20 Por este motivo los he llamado para verlos y hablarles. Porque por la esperanza de Israel me encuentro encadenado.
21 Le respondieron:
—Nosotros no hemos recibido de Judea cartas acerca de ti ni ha llegado ningún hermano con noticias o hablando mal de ti.
22 Con todo, nos gustaría escuchar lo que piensas, porque estamos informados de que por todas partes se habla de esa secta.
23 Señalaron una fecha y acudieron muchos a su alojamiento.
Desde la mañana hasta el atardecer estuvo explicándoles sobre el reino de Dios, esforzándose por ganarlos para Jesús, apelando a la ley de Moisés y a los profetas.
24 Unos se dejaban convencer, otros se resistían a creer.
25 Cuando se despedían sin ponerse de acuerdo, Pablo pronunció su última palabra:
—¡Con razón dijo el Espíritu Santo a sus padres por medio del profeta Isaías!:
26 Ve a decir a ese pueblo: Por más que oigan, no comprenderán; por más que vean, no conocerán.
27 Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, se taparon los oídos y cerraron los ojos, por temor de que sus ojos vean, que sus oídos oigan, que su corazón comprenda, que se conviertan y que yo los sane.
28 Sepan entonces que esta salvación de Dios va a ser anunciada a los paganos y ellos la escucharán.
29 Y después de haber dicho esto, los judíos se fueron discutiendo fuertemente entre sí.
30 Pablo vivió dos años enteros por sus propios medios. Recibía a todos los que acudían a él
31 proclamando el reino de Dios y enseñaba con toda libertad y sin estorbo lo concerniente al Señor Jesucristo.



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