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Lucas
Capítulo 
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Sana al sirviente de un centurión
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(Mt 8,5-13; cfr. Jn 4,46-54)
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1 |
Cuando concluyó su discurso al pueblo, entró en Cafarnaún.
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2 |
Un centurión tenía un sirviente a quien estimaba mucho, que estaba enfermo, a punto de morir.
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3 |
Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos judíos notables a pedirle que fuese a sanar a su sirviente.
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4 |
Se presentaron a Jesús y le rogaban insistentemente, alegando que se merecía ese favor:
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5 |
—Ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga.
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6 |
Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: —Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo.
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7 |
Por eso yo tampoco me consideré digno de acercarme a ti. Pronuncia una palabra y mi muchacho quedará sano.
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8 |
Porque también yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace.
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9 |
Al oírlo, Jesús se admiró y volviéndose dijo a la gente que le seguía: —Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel.
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10 |
Cuando los enviados volvieron a casa, encontraron sano al sirviente.
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Resucita al hijo de una viuda
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11 |
A continuación se dirigió a una ciudad llamada Naín, acompañado de los discípulos y de un gran gentío.
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12 |
Justo cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a un muerto, hijo único de una viuda; la acompañaba un grupo considerable de vecinos.
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13 |
Al verla, el Señor sintió compasión y le dijo: —No llores.
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14 |
Se acercó, tocó el féretro, y los portadores se detuvieron. Entonces dijo: —Muchacho, yo te lo ordeno, levántate.
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15 |
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
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16 |
Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios diciendo: —Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo.
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17 |
La noticia de lo que había hecho se divulgó por toda la región y por Judea.
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18 |
Los discípulos de Juan le informaron de todos estos sucesos. Juan llamó a dos de ellos
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19 |
y los envió al Señor a preguntarle: —¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?
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20 |
Los hombres se le presentaron y le dijeron: —Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte si eres tú el que había de venir o si tenemos que esperar a otro.
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21 |
En ese momento Jesús sanó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus; y devolvió la vista a muchos ciegos.
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22 |
Después les respondió: —Vayan a informar a Juan de lo que han visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia.
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23 |
Y dichoso el que no tropieza por mi causa.
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25 |
¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Miren, los que visten con elegancia y disfrutan de comodidades habitan en palacios reales.
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26 |
Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Les digo que sí, y más que profeta.
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27 |
A éste se refiere lo que está escrito: Mira, envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino.
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28 |
Les digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él.
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29 |
Todo el pueblo que escuchó y hasta los recaudadores de impuestos, dieron la razón a Dios aceptando el bautismo de Juan;
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30 |
en cambio, los fariseos y los doctores de la ley rechazaron lo que Dios quería de ellos, al no dejarse bautizar por él.
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31 |
¿Con qué compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué se parecen?
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32 |
Son como niños sentados en la plaza, que se dicen entre ellos: Hemos tocado la flauta y no bailaron, hemos entonado cantos fúnebres y no lloraron.
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33 |
Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: está endemoniado.
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34 |
Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: miren qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores.
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35 |
Pero la Sabiduría ha sido reconocida por sus discípulos.
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(cfr. Mt 26,6-13; Mc 14,3-9; Jn 12,1-8)
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36 |
Un fariseo lo invitó a comer. Jesús entró en casa del fariseo y se sentó a la mesa.
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En esto, una mujer, pecadora pública, enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra,
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se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra.
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39 |
Al verlo, el fariseo que lo había invitado, pensó: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando: una pecadora.
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40 |
Jesús tomó la palabra y le dijo: —Simón, tengo algo que decirte. Contestó: —Dilo, maestro.
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41 |
Le dijo: —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y otro cincuenta.
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42 |
Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos lo amará más?
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43 |
Contestó Simón: —Supongo que aquél a quien más le perdonó. Le replicó: —Has juzgado correctamente.
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44 |
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: —¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies; ella me los ha bañado en lágrimas y los ha secado con su cabello.
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45 |
Tú no me diste el beso de saludo; desde que entré, ella no ha cesado de besarme los pies.
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46 |
Tú no me ungiste la cabeza con perfume; ella me ha ungido los pies con mirra.
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47 |
Por eso te digo que se le han perdonado numerosos pecados, por el mucho amor que demostró. Pero al que se le perdona poco, poco amor demuestra.
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48 |
Y a ella le dijo: —Tus pecados te son perdonados.
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49 |
Los invitados empezaron a decirse entre sí: —¿Quién es éste que hasta perdona pecados?
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50 |
Él dijo a la mujer: —Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
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