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Lucas




Capítulo

Misión de los setenta y dos

1 Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir.

(Mt 9,37s)
2 Les decía:
—La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores para su cosecha.

(Mt 10,9-16)
3 Vayan, que yo los envío como ovejas entre lobos.
4 No lleven bolsa ni alforja ni sandalias. Por el camino no saluden a nadie.
5 Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a esta casa.
6 Si hay allí alguno digno de paz, la paz descansará sobre él. De lo contrario, la paz regresará a ustedes.
7 Quédense en esa casa, comiendo y bebiendo lo que haya; porque el trabajador tiene derecho a su salario. No vayan de casa en casa.
8 Si entran en una ciudad y los reciben, coman de lo que les sirvan.
9 Sanen a los enfermos que haya y digan a la gente: El reino de Dios ha llegado a ustedes.
10 Si entran en una ciudad y no los reciben, salgan a las calles y digan:
11 Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y se lo devolvemos. Con todo, sepan que ha llegado el reino de Dios.
12 Les digo que aquel día la suerte de Sodoma será menos rigurosa que la de aquella ciudad.

Recrimina a las ciudades de Galilea

(Mt 11,20-24)
13 ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y Sidón, hace tiempo habrían hecho penitencia vistiéndose humildemente y sentándose sobre cenizas.
14 Y así, el juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que para ustedes.
15 Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? Pues caerás hasta el abismo.
16 Y dijo a sus discípulos:
—El que a ustedes escucha a mí me escucha; el que a ustedes desprecia a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me envió.

Vuelven los setenta y dos

17 Volvieron los setenta y dos muy contentos y dijeron:
—Señor, en tu nombre hasta los demonios se nos sometían.
18 Les contestó:
—Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo.
19 Miren, les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada los dañará.
20 Con todo, no se alegren de que los espíritus se les sometan, sino de que sus nombres están escritos en el cielo.

El Padre y el Hijo

(Mt 11,25-27)
21 En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo, dijo:
—¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, ésa ha sido tu elección.
22 Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo.

(Mt 13,16s)
23 Volviéndose aparte a los discípulos, les dijo:
—¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven!
24 Les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; escuchar lo que ustedes escuchan, y no lo escucharon.

Parábola del buen samaritano

(cfr. Mt 22,34-40; Mc 12,28-34)
25 En esto un doctor de la ley se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó:
—Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
26 Jesús le contestó:
—¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees?
27 Respondió:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.
28 Entonces le dijo:
—Has respondido correctamente: obra así y vivirás.
29 Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
30 Jesús le contestó:
—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.
31 Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo.
32 Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo.
33 Un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció.
34 Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó.
35 Al día siguiente sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta.
36 ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?
37 Contestó:
—El que lo trató con misericordia.
Y Jesús le dijo:
—Ve y haz tú lo mismo.

Marta y María

38 Yendo de camino, entró Jesús en un pueblo. Una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa.
39 Tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras;
40 Marta ocupada en los quehaceres de la casa dijo a Jesús:
—Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en los quehaceres? Dile que me ayude.
41 El Señor le respondió:
—Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas,
42 cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán.



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