 Volver
Marcos
Capítulo 
|
En la sinagoga de Nazaret
|
|
(Mt 13,53-58; Lc 4,16.22-30)
|
1 |
Saliendo de allí, se dirigió a su ciudad acompañado de sus discípulos.
|
2 |
Un sábado se puso a enseñar en la sinagoga.
Muchos al escucharlo comentaban asombrados: —¿De dónde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, ¿qué hay de los grandes milagros que realiza con sus manos?
|
3 |
¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto era para ellos un obstáculo.
|
4 |
Jesús les decía: —A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
|
5 |
Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos.
|
6 |
Y se asombraba de su incredulidad. Después recorría los pueblos vecinos enseñando.
|
7 |
Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.
|
8 |
Les encargó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja,
|
9 |
que calzaran sandalias pero que no llevaran dos túnicas.
|
10 |
Les decía: —Cuando entren en una casa, quédense allí hasta que se marchen.
|
11 |
Si en un lugar no los reciben ni los escuchan, salgan de allí y sacudan el polvo de los pies como protesta contra ellos.
|
12 |
Se fueron y predicaban que se arrepintieran;
|
13 |
expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.
|
|
Muerte de Juan el Bautista
|
14 |
El rey Herodes se enteró de Jesús porque su fama se había hecho célebre. Algunos decían que Juan el Bautista había resucitado de entre los muertos y por eso tenía poderes agrosos.
|
15 |
Pero otros decían que era Elías y otros que era un profeta como los antiguos profetas.
|
16 |
Sin embargo, Herodes decía: —Juan, a quien yo hice decapitar, ha resucitado.
|
|
(Mt 14,3-5; cfr. Lc 3,19s)
|
17 |
Herodes había mandado arrestar a Juan y lo había encarcelado, por instigación de Herodías, esposa de su hermano Felipe, con la que se había casado.
|
18 |
Juan le decía a Herodes que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
|
19 |
Por eso Herodías le tenía rencor y quería darle muerte; pero no podía,
|
20 |
porque Herodes respetaba a Juan. Sabiendo que era hombre honrado y santo, lo protegía; hacía muchas cosas aconsejado por él y lo escuchaba con agrado.
|
21 |
Llegó la oportunidad cuando, para su cumpleaños, Herodes ofreció un banquete a sus dignatarios, a sus comandantes y a la gente principal de Galilea.
|
22 |
Entró la hija de Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los convidados. El rey dijo a la muchacha: —Pídeme lo que quieras, que te lo daré.
|
23 |
Y juró demasiado: —Aunque me pidas la mitad de mi reino, te lo daré.
|
24 |
Ella salió y preguntó a su madre: —¿Qué le pido? Le respondió: —La cabeza de Juan el Bautista.
|
25 |
Entró enseguida, se acercó al rey y le pidió: —Quiero que me des inmediatamente, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
|
26 |
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y por los convidados, no quiso contrariarla.
|
27 |
Y envió inmediatamente a un verdugo con orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue y lo decapitó en la prisión,
|
28 |
trajo en una bandeja la cabeza y se la entregó a la muchacha; y ella se la entregó a su madre.
|
29 |
Sus discípulos, al enterarse, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
|
|
(Mt 14,13-21; Lc 9,10-17; cfr. Jn 6,1-14)
|
30 |
Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
|
31 |
Él les dijo: —Vengan ustedes solos, a un paraje despoblado, a descansar un rato. Porque los que iban y venían eran tantos, que no les quedaba tiempo ni para comer.
|
32 |
Así que se fueron solos en barca a un paraje despoblado.
|
33 |
Pero muchos los vieron marcharse y se dieron cuenta. De todos los poblados fueron corriendo a pie hasta allá y se les adelantaron.
|
34 |
Al desembarcar, vio un gran gentío y se compadeció, porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas.
|
35 |
Como se hacía tarde, los discípulos fueron a decirle: —El lugar es despoblado y ya es muy tarde;
|
36 |
despídelos para que vayan a los campos y a los pueblos vecinos a comprar algo para comer.
|
37 |
Él les respondió: —Denle ustedes de comer. Replicaron: —Tendríamos que comprar pan por doscientos denarios para darles de comer.
|
38 |
Les contestó: —¿Cuántos panes tienen? Vayan a ver. Lo averiguaron y le dijeron: —Cinco panes y dos pescados.
|
39 |
Ordenó que los hicieran recostarse en grupos sobre la hierba verde.
|
40 |
Se sentaron en grupos de cien y de cincuenta.
|
41 |
Tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, bendijo y partió los panes y se los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran; y repartió también los pescados entre todos.
|
42 |
Comieron todos y quedaron satisfechos.
|
43 |
Recogieron las sobras de los panes y los pescados y llenaron doce canastas.
|
44 |
Los que comieron los panes eran cinco mil hombres.
|
|
(Mt 14,22-33; cfr. Jn 6,15-21)
|
45 |
Enseguida obligó a sus discípulos a que se embarcaran y lo precedieran a la otra orilla, a Betsaida, mientras él despedía a la gente.
|
46 |
Después de esto, subió al monte a orar.
|
47 |
Anochecía y la barca estaba en medio del lago y él a solas en la costa.
|
48 |
Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, hacia la madrugada se acercó a ellos caminando sobre el agua, intentando adelantarlos.
|
49 |
Al verlo caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y gritaron,
|
50 |
porque todos lo habían visto y estaban espantados. Pero él inmediatamente les habló y les dijo: —¡Anímense! Soy yo, no teman.
|
51 |
Subió a la barca con ellos y el viento cesó. Ellos estaban absolutamente pasmados;
|
52 |
ya que no habían entendido lo de los panes, pues tenían la mente cerrada.
|
53 |
Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron.
|
54 |
Cuando desembarcaron, la gente lo reconoció.
|
55 |
Recorriendo toda la región, le fueron llevando en camillas todos los enfermos, hasta el lugar donde habían oído que se encontraba.
|
56 |
En cualquier pueblo, ciudad, o campo por donde pasaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara tocar al menos el borde de su manto. Y los que lo tocaban se sanaban.
|
|
 Volver
|