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Mateo
Capítulo 
1 |
Cuando bajaba del monte le seguía una gran multitud.
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2 |
Un leproso se le acercó, se postró ante él y le dijo: —Señor, si quieres, puedes sanarme.
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3 |
Él extendió la mano y le tocó diciendo: —Lo quiero, queda sano. Y en ese instante se sanó de la lepra.
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4 |
Jesús le dijo: —No se lo digas a nadie; ve a presentarte al sacerdote y, para que les conste, lleva la ofrenda establecida por Moisés.
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Sana al criado de un centurión
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(Lc 7,1-10; cfr. Jn 4,46-54)
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5 |
Al entrar en Cafarnaún, un centurión se le acercó y le suplicó:
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6 |
—Señor, mi muchacho está postrado en casa, paralítico, y sufre terriblemente.
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7 |
Jesús le contestó: —Yo iré a sanarlo.
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8 |
Pero el centurión le replicó: —Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que digas una palabra y mi muchacho quedará sano.
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9 |
También yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace.
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10 |
Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: —Les aseguro, que no he encontrado una fe semejante en ningún israelita.
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11 |
Les digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
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12 |
Mientras que los ciudadanos del reino serán expulsados a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el crujir de dientes.
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13 |
Al centurión, Jesús le dijo: —Ve y que suceda como has creído. En aquel instante su muchacho quedó sano.
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Sana y exorciza en torno a la casa
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14 |
Entrando Jesús en casa de Pedro, vio a su suegra acostada con fiebre.
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15 |
La tomó de la mano, y se le fue la fiebre; entonces ella se levantó y se puso a servirle.
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16 |
Al atardecer le trajeron muchos endemoniados. Él con una palabra expulsaba los demonios, y todos los enfermos sanaban.
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17 |
Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Él tomó nuestras debilidades
y cargó con nuestras enfermedades.
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Exigencias del seguimiento
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18 |
Al ver Jesús la multitud que lo rodeaba, dio orden de atravesar el lago.
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19 |
Entonces se acercó un letrado y le dijo: —Maestro, te seguiré adonde vayas.
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20 |
Jesús le contestó: —Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
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21 |
Otro discípulo le dijo: —Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre.
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22 |
Jesús le contestó: —Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.
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(Mc 4,35-41; Lc 8,22-25; cfr Sal 107,21-30)
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23 |
Cuando subía a la barca le siguieron los discípulos.
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24 |
De pronto se levantó tal tempestad en el lago que las olas cubrían la embarcación, mientras tanto, él dormía.
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25 |
Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: —¡Señor, sálvanos, que morimos!
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26 |
Él les dijo: —¡Qué cobardes y hombres de poca fe son! Se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.
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27 |
Los hombres decían asombrados: —¿Quién es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?
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28 |
Al llegar a la otra orilla y entrar en territorio de Gadara, fueron a su encuentro dos endemoniados salidos de los sepulcros; eran tan violentos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino.
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29 |
De pronto se pusieron a gritar: —¡Hijo de Dios!, ¿qué tienes con nosotros? ¿Has venido antes de tiempo a atormentarnos?
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30 |
A cierta distancia había una gran piara de cerdos pastando.
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31 |
Los demonios le suplicaron: —Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos.
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32 |
Él les dijo: —Vayan. Ellos salieron y se metieron en los cerdos. La piara en masa se lanzó por un acantilado al lago y se ahogó en el agua.
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33 |
Los pastores huyeron, llegaron al pueblo y contaron lo que había sucedido con los endemoniados.
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34 |
Toda la población salió al encuentro de Jesús y al verlo le suplicaban que se fuera de su territorio.
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